David González


David González


UNA NOVIA VESTIDA DE LUTO


CONTENIDO

Mi poesía es una novia vestida de luto.

Indaga en la naturaleza humana; en su conducta, hacia sí mismo, hacia los que le rodean y hacia el paisaje, el entorno social en que vive. Indaga en su comportamiento; en los

aspectos que lo hacen más humano (amor, sinceridad, solidaridad, etcétera); pero, sobre todo, en aquellos que hacen que la novia haya enviudado sin haber tenido, siquiera, la

ocasión de pasar antes por la vicaría.

El hombre que mejor conozco soy yo mismo. En mis poemas, por tanto, el tema central no es otro que mi propia vida. Partiendo de esta base, practico una poesía narrativa,

realista, autobiográfica, confesional, comprometida, marginal y detallista.

Mis poemas cuentan historias.

Cuentan historias reales, verdaderas, historias cotidianas, que tratan de describir o representar la realidad, sobre todo la externa (que se puede verificar), con el mínimo

posible de deformaciones subjetivas.

En palabras de Ernesto Sábato: "El gran tema de la literatura es la aventura del hombre que explora los abismos y cuevas de su propia alma". En las mías: Para escribir un poema

hay que formar parte del poema, o al menos eso creo. En mis poemas, el yo poético, el sujeto poemático, se corresponde, fielmente, con el yo real, con el sujeto de carne y hueso que escribe. Conmigo. Las historias reales que cuento me han sucedido, o me suceden, a mí. Están escritas con elementos extraídos de mi propia experiencia vital, de mi propia conciencia. Tratan de asuntos que me afectan personalmente en mi vida cotidiana y que afectan, ya de una manera más generalizada, a mi conducta, a mi comportamiento y a mi naturaleza como hombre.

Escribo para limpiarme por dentro. Trato, por así decirlo, de apartar de mi corazón ciertos sentimientos, ciertas emociones, que me impiden mejorar como hombre, que me

impiden convertirme en una persona buena, sencilla, humilde, sincera y honrada.

"Un poeta es, por de pronto, un hombre", decía Gabriel Celaya. Y yo lo suscribo. Soy un hombre. Exactamente igual que los demás hombres. Con sus mismos defectos y sus

mismas virtudes. Y dentro del poema debo mostrarme ante mis posibles lectores tal y como soy. Sin trampa ni cartón. Porque ahí, en la sinceridad de mi confesión, radica una parte de la fuerza y de la belleza que puedan poseer o no mis poemas, entendiéndose belleza como sinónimo de verdad. De ella, de la sinceridad de esa confesión, de su verdad, depende en gran medida el grado de complicidad, de comunicación y de

entendimiento que pueda surgir entre mis posibles lectores y yo. En ella empeño mi palabra. Y una buena parte de mi crédito como poeta.

La conciencia empieza en el propio poeta.

"El poeta es una conciencia puesta en pie hasta el fin", decía Vicente Aleixandre.

Cuando escribo de una manera objetiva sobre la realidad, como un simple espectador, como testigo, como cronista, dando testimonio de lo que veo, mi poesía se convierte, automáticamente, en una poesía comprometida, de denuncia social.

Pero cuando este compromiso se vuelve más crítico, más combativo (como determinados poetas de eso que se ha dado en llamar Poesía de la conciencia o Poesía del conflicto), entonces mis poemas denuncian la injusticia social, la alienación, etcétera, y gritan, sufren, se solidarizan con los demás hombres y toman partido ante los problemas de la sociedad que me rodea.

Este compromiso, esta denuncia, pasa a ser una denuncia existencialista cuando escribo sobre los que, en mi opinión, son los problemas fundamentales de todo hombre, léase miedo, miedo a la muerte, soledad, angustia, etcétera.

La conciencia empieza en el propio poeta, escribí más arriba. Ahí empieza, sí, y debería continuar a través de sus posibles lectores y finalizar en el resto de la humanidad. Se

generaría de este modo "un proceso de conciencia colectiva, un sentimiento de pertenencia a la especie", por usar las palabras de Robert Anteil

En cualquier caso, la poesía, creo yo, no debe servir para entretener a nadie, sino para todo lo contrario: para estremecerle. Para quitarle vendas de los ojos. Para hacerle más

humano. Pero, al menos en lo que a mí respecta, procurando siempre, no dar lecciones morales, ni caer en la trampa de una poesía de agitación, de propaganda, panfletaria, que tienda a la generalización.

En primer lugar, mi poesía es marginal, por mi vida, porque procedo (al igual que otros poetas de mi generación) de ambientes que, por su idiosincrasia, poco o nada tenían que ver hasta ahora con la poesía.

"Hacer que los sin voz hablen. Exponer el discurso los propios marginados", así lo definió el crítico y poeta Luis Antonio de Villena.

Esto, creo, no tiene precedentes en la poesía española.

En segundo lugar, por los temas que trato en alguno de mis poemas, que tampoco en todos: sexo, drogas, desempleo, marginación, delincuencia, cárcel y un largo etcétera.

Y por último, por mi lenguaje, del que hablaré más adelante.

En casi cualquier historia, por sencilla que nos pueda parecer a simple vista, existe siempre un elemento oculto, un detalle revelador, esclarecedor, a menudo sobrenatural, que hace que esa historia trascienda la mera anécdota y se transforme en un poema. Dice Ernesto Sábato que “el poeta es un hombre que en algo perfectamente conocido encuentra algo desconocido”. “El poeta es un vidente”, escribió Arthur Rimbaud. Ve cosas, sabe cosas, que otro hombre no ve, no sabe, y que quizá no querría ver ni saber jamás.

Y esta es una de las cualidades esenciales en mi poesía.

Percibir ese detalle. Aprehenderlo. Extraerlo. Traducirlo a palabras.

FORMA

Para tratar de conseguir que mi poesía sea todas esas cosas me valgo del verso libre, sin rima ni métrica, con un ritmo propio, oral; y me apoyo en seis pilares fundamentales:

palabra, lenguaje, depuración, diálogos, espacios en blanco y cierre del poema.

No tengo miedo a utilizar ninguna palabra. "Cualquier palabra, como señala el novelista John Gardner, ya sea culta o jergal, sagrada u obscena, tiene un ámbito propio en que

resulta eficaz, apropiada y no ofende a nadie".

Trato de descubrir los valores poéticos de la palabra de todos los días, de la palabra con que llamamos pan al pan y vino al vino.

Escribo o trato de escribir con un lenguaje claro, directo, seco, conciso, sencillo y nítido. "No verse obligado a releer la palabra impresa porque el lenguaje empleado nos distraiga", de nuevo John Gardner.

Sin enumeraciones culturalistas. Sin inútiles juegos de palabras que se quedan en eso, precisamente, en juegos.

Utilizo un lenguaje coloquial, conversacional, porque no puedo permitirme el lujo de rechazar la lengua que hablo a diario. Porque debo, como señala acertadamente el poeta

Antonio Orihuela, "tratar de recuperar el capital lingüístico del pueblo llano". Practico un lenguaje de fusión que acepta y hace suyos extranjerismos, neologismos y otras voces.

En resumen: mi lenguaje está subordinado a la historia que narro en el poema, nunca a la inversa.

"La claridad y la fuerza del lenguaje no consisten en modo alguno en que no se pueda añadir nada a la frase, sino en que ya no se pueda eliminar nada de ella". Hago mía esta

frase del escritor ruso Isaak Bábel y me dedico, sistemáticamente, a eliminar de mis poemas los adjetivos, las metáforas (a excepción hecha del símil, y siempre y cuando

guarde alguna relación con lo que se está contando en el poema) y cualquier artificio retórico o puramente ornamental, con el único fin de llegar a la esencia del poema y hacer que resplandezca sobre el papel.

Por decirlo con otras palabras: recojo la paja, la amontono y le prendo fuego.

Los diálogos, cada vez más, son una parte importante en mi poesía. Reflejan mejor que ningún otro recurso literario, el origen de un personaje, la clase social a la que pertenece, la educación que ha recibido, su estado de ánimo, su carácter, etcétera. En mi opinión, un diálogo acertado vale más que mil metáforas

Los espacios en blanco, dejando a un lado su valor meramente estético, equivalen, para mí, a los silencios que se producen en una conversación.

El cierre del poema es el pilar básico en que se apoyan la mayoría de mis poemas. No persigue la sorpresa, aunque pueda parecerlo, aunque, de hecho, a veces la consiga. El cierre es el que explica el resto del poema. El que lo ilumina. El principal recurso del que me puedo servir para que el posible lector advierta, capte, SIENTA, de repente, como un flash, ese detalle revelador, esclarecedor, a menudo sobrenatural, que hace, y aquí cito al catedrático Túa Blesa, "vida de la literatura o literatura de la vida".

O de una novia, una viuda

Extraido de “Poesía y desorden” publicado en Contratiempos, Centro de Documentación Crítica, Madrid, 2007